Los dioses no filosofaban, los chilenos tampoco
Por Victoria Lozano
Hace
días una reflexión me da vueltas en la cabeza, a propósito de
observar casi desde que nací la agresividad que existe en el terreno
político y las pasiones que ésta despierta en las gentes, en
general desembocando en cualquier cosa menos en acuerdos que
beneficien a las mayorías o minorías excluidas. Veo que se avanza
poco en el terreno de la justicia social y creo que es gran parte
porque falta unidad.
De
todos lados el acaloramiento le gana al sentido común. Los egos y
las vanidades hacen que los diálogos no existan y en cambio abunden
las disputas, en las que comúnmente se termina invocando a las
madres del contrincante, pues la confrontación de ideas parece más
que intentos por encontrar soluciones, unos baratos desfiles de
fanáticos que buscan ganar la competencia de quien posee La Verdad
en el mejor de los casos, en los peores solo están motivados por
intereses posicionales y/o económicos.
Chile
es un país borderline, en el sentido de la dicotomía con que se
interpreta/siente la realidad. Quizás la polarización sea la
herencia de la derecha-izquierda protagonista de los hechos más
fuertes en nuestra historia reciente, sumado a la impunidad de las
violaciones a los Derechos Humanos, más la ausencia total de
autocrítica de ambos bandos, mezclado con el resentimiento que surge
como respuesta a la excesiva desigualdad de oportunidades.
La
cultura del sí o el no, blanco o negro, ellos en contraposición a
nosotros. Caso aparte es ver a gente proponiendo ser parte de una
nueva izquierda, pero repitiendo las consignas de antaño. No olfateo
un aprendizaje consciente y crítico de nuestra fatídica historia
que nos pisa los talones, realmente es que ese ejercicio no se ha
hecho, no somos un país donde se promueva la reflexión, aunque es
interesante leer a un Ariel Dorfman en Rumbo al sur deseando el
norte.
Los
chilenos caímos en la trampa de la ideología, estamos atrapados
entre los aplausos de los amigoides y los escupos de los enemigos
(los que piensan diferente y sobre todo quienes se atreven a
expresarlo). Entonces concluí que quizás lo que necesitamos es
menos ideología y más filosofía.
Para
asegurarme de que algo de sentido tiene lo que pensé -también por
el hecho de no pertenecer a un partido político u ostentar
doctorados de La Soborne u otra academia de tradición (vanguardias
del pensamiento) y además ser mujer (más encima rubia) podría
significar que al expresarlo me cayeran encima justo eso que le cae a
todo el que propone siquiera cuestionar algo de lo establecido, tanto
en La izquierda como en La derecha, que paradójicamente tampoco han
logrado unidad en sus sectores- es que partí por lo básico, por
consultar algunos diccionarios de sociología, filosofía y uno que
otro autor clásico. Esto no es un ensayo de la lucidez ni pretende
ser un texto sapiencístico, es sólo una reflexión de cuneta,
aclaro.
La
ideología es un término creado por Destut De Tracy en 1801, para
indicar el análisis de las sensaciones y las ideas, siendo la
corriente filosófica que señaló el tránsito del empirismo al
espiritualismo tradicionalista que floreció en la primera mitad del
siglo 19. Dado que algunos ideólogos le fueron hostiles, Napoleón
adoptó el término en sentido despectivo llamando “ideólogos” a
los doctrinarios, o sea personas privadas de sentido político y en
general sin contacto con la realidad. (Picavet, Les idéologues
1891).
Desde
ese momento se inicia la historia del significado moderno del término
que se aplica, no a cualquier análisis filosófico, sino a una
doctrina más o menos carente de validez objetiva, pero mantenida por
los intereses evidentes o escondidos de los que la utilizan.
Marx
por su parte, desde la segunda mitad del siglo 19, planteó que la
ideología era el conjunto de creencias filosóficas, políticas,
morales, religiosas, dependientes de las relaciones de producción y
de trabajo.
Otro
autor que destaca por el sentido con que nutrió el concepto fue
Vilfredo Pareto, que se refirió a la noción de teoría no
científica, es decir que ciencia e ideología pertenecen a dos
campos separados, la primera al campo de la observación y del
razonamiento y la segunda al campo del sentimiento y de la fe. Esta
distinción es importante a la hora de distinguir al estudioso de los
hechos sociales y al propagandista o al apóstol. Permitiendo
establecer un punto, el de la función de la ideología: la de
persuadir, esto es, de dirigir la acción. Ideología sería toda
creencia adoptada como control de los comportamientos colectivos.
Finalmente
y teniendo en cuenta lo anterior encontré un significado que me hizo
sentido, propuesto por Abbagnano que señala la ideología como un
sistema de creencias o de valores que se utilizan en la lucha
política para influir en el comportamiento de las masas, para
orientarlas en una dirección de preferencia a alguna otra, para
obtener el consenso y en última instancia, para fundamentar la
legitimidad del poder.
Frente
a la ideología existe todo un movimiento llamado Crítica a la
ideología (cuya matriz se encuentra en la escuela de Francfort,
desarrollado por Apel y Habermas) que se refiere al programa de un
“filosofar crítico” orientado a liberar a la humanidad de toda
forma de mistificación ideológica y de dominio económico-político.
“Sólo
cuando la filosofía descubre las huellas de la violencia, que
deforma el diálogo continuamente intentado, lleva adelante el
proceso cuyo estancamiento legitimaría en otra forma: el progreso
del género humano hacia la emancipación” (Habermas).
Suena
bien, aunque la hermenéutica la tacha de un idealismo lingüístico
por no tomar en cuenta los Realfaktoren de la historia y de
transformar en una realidad ya existente el ideal de igualdad y
paritariedad de los participantes en el diálogo social.
Por
otro lado, la Filosofía
Definida
en el Eutidemo platónico como el uso del saber para ventaja del
hombre.
Aristóteles
agrega en Metafísica, que el hombre es animal racional y como
tal tiende por naturaleza al saber. Desde este punto de vista el
saber no es algo reservado o patrimonio de algunos, sino que cada uno
puede contribuir a su adquisición y a su incremento. Y por lo tanto
tiene derecho a juzgarlo, aprobarlo o rechazarlo.
En
eso estaba cuando recordé el interesante ejercicio democrático que
continuamente llevan en países como Uruguay o Suiza al realizar
consultas públicas y vinculantes, Plebiscitos en la ciudadanía
sobre temas que les afectan
(democracia directa).
Vivimos
en un país donde no se nos consulta nada, haciéndonos creer que la
democracia existe por el sólo hecho de elegir a otros para que
decidan además gozando de espectacular sueldo y privilegios
(democracia delegatoria).
Lo insólito, digo, es que lo aceptemos y más aún hayan quienes
defienden este modo. ¿Al menos podríamos preguntárnoslo seriamente
o no? Termino este párrafo con una cita de Wittgenstein en Tratado
lógico-filosófico, “La filosofía no es una doctrina sino que una
actividad. Una obra filosófica consiste esencialmente en
dilucidaciones. Fruto de la filosofía no son las proposiciones
filosóficas sino la aclaración de las proposiciones. La filosofía
debe aclarar y delimitar con precisión las ideas que de otro modo
serían, por así decirlo, turbias y confusas”.
Platón,
en La República, señala que la filosofía como busca es
contrapuesta a la ignorancia y por otro a la sabiduría. La
ignorancia es la ilusión de la sabiduría y destruye el incentivo de
la busca. La sabiduría por otro lado, que es la posesión de la
ciencia, hace inútil la investigación: los dioses no filosofaban...
“Cada uno de vosotros debe a su vez descender a la morada común y habituarse a contemplar los objetos en las tinieblas, porque habituándose a estas verá mejor que los que han quedado siempre lejos y reconocerá los caracteres y el objeto de cada imagen, porque ha visto los verdaderos ejemplares de la belleza, de la justicia y del bien. Así nosotros y vosotros constituiremos y gobernaremos despiertos la ciudad y no ya soñando, como sucede ahora en la mayor parte de las ciudades por culpa de los que se combaten a causa de sombras y detentan el poder como si fuese un bien”.
“Cada uno de vosotros debe a su vez descender a la morada común y habituarse a contemplar los objetos en las tinieblas, porque habituándose a estas verá mejor que los que han quedado siempre lejos y reconocerá los caracteres y el objeto de cada imagen, porque ha visto los verdaderos ejemplares de la belleza, de la justicia y del bien. Así nosotros y vosotros constituiremos y gobernaremos despiertos la ciudad y no ya soñando, como sucede ahora en la mayor parte de las ciudades por culpa de los que se combaten a causa de sombras y detentan el poder como si fuese un bien”.
Esta
concepción activa de la filosofía fue inoperanate por largo tiempo,
apenas retomada en el Renacimiento, por los humanistas. (Abaggnano,
Diccionario de Filosofía, edición 2004)
Y
pensar que casi la mataron
En
los decenios de 1960-70 la idea de que la filosofía pudiera ser
sustituida por la ciencias humanas, vinculándose con cierto
cientificismo y cierto praxismo de derivación marxista,
contribuyeron a difundir la idea de una inminente muerte de la
filosofía, siguiendo el ritmo de la cultura de Los fines: fin de la
historia, fin de las religiones, de la lucha de clases, de la tierra,
etc. Destacan tres autores que convencidos de estar viviendo un
momento de cambio teorizaron sobre El fin de la filosofía y el
advenimiento de las posfilosofía, Heidegger, Derrida y Rorty.
Retomando
la idea inicial y para no caer en lo anterior tampoco podemos
decretarle el fin a la ideología, entonces ¿podremos al menos
observar cual es su trampa?
Pudiera
ser el dogmatismo, que en léxico filosófico actual se refiere a
propósito de quienes tienden a dar por intocables sus propias
teorías, sin estar dispuestos a discutirlas críticamente (ni menos
a revisarlas o refutarlas, anteriormente los revisionistas fueron
tildados de herejes y fueron quemados. En tiempos más modernos los
fusilaron, encarcelaron o los enviaron al exilio). “ Dogmatismo se
refiere a toda concepción que pretende eludir una crítica
justificada de sus afirmaciones y supuestos. Como actitud personal
tiende a decir en todo la palabra definitiva y a no tolerar
contradicción alguna”( Brugger, Diccionario de Filosofía, edición
2000).
El
problema de este dogmatismo es que se arraigó en las ideologías
contemporáneas, tanto el capitalismo, nazismo, comunismo y fascismo
son esencialmente totalitarios y han dejado a su paso muerte, dado
que para concretar la utopía hay que eliminar a los sectores que
planteen otras formas.
Georges
Balandier, en El desorden, la teoría del caos y las ciencias
sociales (1999) indica que el totalitarismo es “lo nuevo por
excelencia de nuestro siglo”(según la fórmula de Marcel Gauchet):
lo es en cuanto sistema de dominación y de control total que dispone
de las armas, las técnicas, los medios de comunicación y la puesta
en escena de la modernidad.
Balandier
señala también que con la utopía lo imaginario también puede
someterse a la lógica totalitaria cuando la construcción utópica
es la de las ciudades ideales, acabadas porque son perfectas,
subordinando todo a un orden que rige las posiciones, las funciones,
los empleos, el cuerpo de las existencias, y las relaciones sociales
que se han vuelto inmóviles. El orden realizado en la perfección es
necesariamente establecido de una vez por todas, negador del tiempo
de los hombres como del movimiento de la vida que son portadores de
transformaciones. Un orden erigido en bien absoluto, purgado de todo
desorden, impuesto a los beneficiarios si es preciso contra su
voluntad, incuestionable y excluyente de lo que le resulte extraño.
Frente
a esto el autor propone algo que copio textual porque no tiene
sentido desarmarlo para volverlo a armar con otras palabras:
El
modelo inspirado por la autonomía se sitúa aparte, no es
asemejable, según sus autores y defensores a un proyecto; apunta a
la realización de una posibilidad efectiva del hombre que ninguna
corriente política ha puesto al día hasta ahora, está
ambiciosamente ligado con un nuevo comienzo de la filosofía y
merecidamente al rechazo de la esterilidad ecléctica.
Este modelo
también apela al creativismo, a la eficacia crítica, a la
responsabilidad, al rechazo del dejar pasar. Invita a reencontrar la
fuerza de la tradición emancipadora a fin de utilizarla en la
construcción de una sociedad autogobernada, donde la autonomía
individual y la autonomía colectiva se sostienen y alimentan
mutuamente...
En el movimiento es donde los individuos vuelven a ser
los artesanos de un orden y un sentido que los sacan de la pasividad,
que los hacen renunciar a la aceptación de vivir del sistema.
En estos términos también se plantea la cuestión de la democracia: la única que permite devolver el vigor a los debates sobre el presente, asumiendo sus contradicciones, utilizando sus incertidumbres como un remedio antidogmático, convirtiendo el relativismo de los valores en oportunidad dada a una libertad que se define en el movimiento y renace constantemente de su propia crítica.