martes, septiembre 22


YMe dolía el estómago cuando alguien llamaba a nuestra puerta. 
 
¿Y si fuera él dándome una sorpresa?

 
Y sonaba el teléfono y casi podía escuchar su voz pequeña, pero viva.

 
Y me temblaban las manos cada vez que llegaba el correo 

 
¿Y si fuera él dándome una sorpresa? 

 
Y lo vi sentado en un bus. 

 Y me pareció ver su rostro en un montón de gente allá en el parque.
 
Y el corazón se me salió por los ojos aquella vez. 


Pero si es idéntica a mi princesa.

 Pero han pasado tantos años, no puede ser, no es ella.
 
Y soñaba con él cada noche y me preguntaba dónde estaría. 

 
Lo quería devuelta, aunque fuera enfermo, aunque no tuviera manos.


Aunque estuviera más viejo, aunque le hayan quemado la cara con sus cigarros.

Y sentí ruidos en la casa y pensé que era ella.
Y sentí que alguien se sentaba en mi cama y despertaba llorando en una habitación vacía, pensando que había vuelto.

Y pasaron los días y las semanas y los meses y los años sin que volviera. 

Sin duda puedes entender el dolor. 

Pero por mucho que lo entiendas, no lo sientes. 
No necesitas decírmelo. Se que está muerto.

Pero no pretendas que yo lo mate. 

Hasta la más horrible muerte que haya tenido, no sería nada, comparado con un hachazo de olvido, una puñalada de indiferencia. 

Lo mataría dos veces. No fue sorpresa para él, su destino. Su cuerpo indefenso a manos de un carnicero.
Pero, de mí. De mí no puede esperar más que respeto, entrega y lucha. 

No vendo su recuerdo a ningún precio.

En noches calladas enciendo una vela. Me quedo pensando. Y le pido a Dios que me lo devuelva. Y le pido al partido que me la devuelva. Y le pido a los militares que me lo devuelvan.

Que me digan donde está.
Y rezo y lloro y grito y susurro su nombre.

Y las lágrimas me atragantan hasta los sueños. Y me duermo pensando en él y me despierto pensando en ella. Y nada. Todo está inerte. Todo es estático. No hay sabores, ni sonidos, ni olores, ni colores. Como si el tiempo se quedara mirando. Todo está igual. Todo sigue igual. Igual que antes. Igual que siempre. Menos sus huesos que deben estar floreciendo en algún lugar olvidado. Y aún lo busco y sé que no está. Sé que nunca entrará por esa puerta. Sé que nunca lo volveré a abrazar. Sé que nunca más escucharé su voz. Nunca más.

Y entonces, si entiendo el dolor, pero también lo siento. Siento como se me desgarra la vida, como sí un trozo de mi carne también fue enterrado. Siento sobre mis huesos tristes como el rayo, le mordía las muñecas. Como el fuego le quemaba los ojos, como los golpes me golpeaban mis propias entrañas Siento el sabor de la sangre en mi boca, cada vez que le arrancaban los dientes. Siento arder mi piel cuando pienso como le dejaban caer agua hirviendo sobre sus pechos. ¿Y que ser humano se merece esto? ¿Un Fascista? ¿Un Revolucionario? Y entonces, si entiendo el dolor, pero también lo siento.

Rendirme sería ser cómplice de sus fechorías. Sería asentir con la cabeza lo que a mí corazón le hace falta. Entre más busco entre los muertos, más seguro estás tú de encontrar a tus seres queridos, vivos. Vivos. Vivos. Hoy fue mi esposo, ayer fue mi compañera, ese año fue mi hijo, la primavera pasada fue mi padre. ¿Quién te dijo que tú no podrías ser el siguiente? O tus padres o tus hermanos. Mi lucha, mi infinita búsqueda es un freno para ellos. Lo hicieron, lo volverán a hacer. Sin embargo, no se reirán entre silencio y catacumba. En cada denuncia, puedes ver sus caras sucias. No puedo dejar de buscarlo. Sé que cada vez que la busco aseguro que tus hijos crezcan Y ningún día amargo sean Detenidos y Desaparecidos. Mi búsqueda les dará la opción, de donde poder ir a verte los domingos. Y mientras escribo estás líneas oigo golpear la puerta y me duele el estómago.

¿Y si fuera él, dándome una sorpresa?
Andrés Bianque,Del libro, Poesía en Luto