por Victoria Lozano
En la
calle, un colorido afiche sobre derechos de los niños llamó la
atención de Valesca, quien muy intrigada le preguntó a su hermana
de qué se trataban, pero la respuesta “ son derechos humanos” no
le decía mucho, así que se decidió a investigar. De todos modos la
escuela se encontraba en toma, así que tenía tiempo para
autoeducarse, pensó.
Los
compañeros de los cursos superiores avisaron a los apoderados la
decisión de tomarse el establecimiento, para que no los enviaran en
el horario habitual y dando a conocer diversas actividades en que los
más pequeños estaban invitados a participar, siempre pudiendo ser
acompañados por sus familias. Pero en casa de la Vale, ningún
familiar tenía tiempo o ganas.
Por la
mañana llegó de las primeras a la escuela, que estaba toda adornada
de lienzos y resguardada por muros de sillas que asomaban sus patas
formando una extraordinaria y simbólica protección.
A esa
hora ya se veía bastante movimiento, aunque ella era la única de
diez años, el resto era más grande, lo que le parecía fantástico
para aprovechar de preguntar todo sobre ese llamativo tema que la
inquietaba desde ayer. Recordó el lindo afiche de la Unicef y se
acercó a unos jóvenes que estaban conversando de historia.
Los
jovencitos pronto entendieron la seriedad de su pregunta, así que
uno de ellos se comprometió a realizar una charla abierta sobre el
tema la próxima semana. Lo que a Valesca le pareció bien, pero como
no le gustaba esperar, averiguó donde quedaba la institución que
había publicado el letrero y se dirigió hacia
allá. Le tocó alejarse de su casa y de su escuela, la sede quedaba
en una de las zonas más adineradas de la capital, ella nunca había
ido ahí, pero sabía que por esos lados, en un call center,
trabajaba su hermana mayor.
El
viaje en micro fue insoportable, las personas iban con caras de
cansancio y recién eran las nueve de la mañana. El bus iba repleto,
ella sabía por las quejas de sus padres que el transporte de
Santiago era caro y muy incómodo, pero nunca había experimentado
tal sensación de ahogo, quizá por lo largo del viaje cuyas bruscas
paradas la estrellaron grave y continuamente contra cualquier cosa o
persona.
Se
bajó en la espléndida comuna y al llegar a la sede, grande fue su
sorpresa, al ver que también la Unicef se encontraba tomada. Se
acercó despacio hasta una reja en la que un hombre alzaba un bello
canto de esperanza. Manuel la recibió con una sonrisa mientras ella
se sentó a escucharle, emocionada sintió que se le partía la piel,
mientras desde dentro de la casa una niña de dos años la saludaba
con sus ojos brillantes.
Meulen
Huencho, vocera de la Alianza Territorial Mapuche, se encontraba
junto a su pequeña hija hace más de treinta días ocupando el
lugar, exigiendo que el Estado de Chile terminara con la feroz
violencia en los territorios ancestrales de su pueblo. Ese mismo día
la mujer había comenzado un extremo llamado de atención a la
indiferencia de las autoridades, su huelga de hambre.
Valesca
tuvo la oportunidad de conversar con Meulen y con otras personas que
solidarizaban desde las afueras. Hizo muchas preguntas, se sirvió
una leche calientita que le convidaron y estuvo ahí hasta la hora de
regresar a casa. Ya sabía algo de Derechos Humanos, pero lo mejor
era que una de las personas que apoyaba la protesta le había regalado un libro sobre el tema, que contenía
mucha información.
Al
llegar a casa, abrazó a su madre que hace días estaba aquejada de
extraños dolores. Llegaron a urgencias del hospital cerca de las
siete de la tarde, llovía intensamente, como suele ocurrir en agosto
y la sala de espera estaba tan llena como la micro. Había niños
recostados en el suelo, madres discutiendo con las enfermeras,
ancianos a los que apenas les salía una mirada de dolor, indigentes
resguardándose del frío, llantos y rabia por la indignidad con que
se les atendía o mejor dicho, se les dejaba de atender. Seis horas
más tarde un doctor revisó a su madre y Valesca pudo respirar más
aliviada. Ya de madrugada y en casa, a pesar del cansancio y la
tristeza, Valesca comenzó a leer.
Los
días que le siguieron se dedicó a tomar apuntes, a buscar datos en
la computadora y a hacer preguntas, descubriendo que en su país
existía un instituto y también un museo de Derechos Humanos, que
ese mismo día visitó.
Valesca
sintió que una niña había entrado y otra era la que salió del
museo.
Muchos
fragmentos de un rompecabezas comenzaron a dar forma en su
comprensión de lo que hasta ahora conocía como realidad. Nada
cotidiano le pareció entonces casual y pronto fue capaz de verse en
un contexto, se había visualizado a ella, a los niños, a los
estudiantes, a los mapuche, a los trabajadores, a los ancianos, a las
mujeres, a la sociedad.
¡Guau!
Y de
inmediato captó que ahora sí que le faltaban muchas cosas por
saber, mientras las preguntas le florecían como mundos en el jardín
del universo.
Temprano
se fue a la escuela, esta vez había más estudiantes reunidos, así
que preguntó sobre la charla y señaló que le gustaría también
expresar algunas ideas y se fue con dos compañeras a buscar cartones
y pinturas para hacer invitaciones vistosas para el conversatorio.
Supo
de otros libros, de otros sitios de información y revisó
cuidadosamente la Constitución Política del Estado de Chile creada
y vigente desde 1980, año de plena dictadura. Un ¿por qué? se le
aparecía constante. ¿Por qué si mi país es un vasto y rico
territorio, las personas tienen que aceptar vivir miserables?
El
rumor de que la escuela sería desalojada era cada vez más fuerte y
aunque ella nunca había estado en una situación siquiera similar,
estaba convencida que debía quedarse, que los estudiantes en Chile
estaban haciendo lo que los adultos de los últimos veinte años no
hicieron, luchar por terminar
con
la
herencia
maldita
de
la
dictadura.
Muchas
sensaciones la recorrían, sentía de todo, menos miedo.
Pasó
la semana y la situación en la escuela estaba tranquila, llegó el
momento que tanto esperaba y para el que había invitado a sus
compañeros de curso, de los que llegaron varios. Era el día del
conversatorio sobre Derechos Humanos, cien niños asistieron, éxito
total. La Presidenta del Centro de Alumnos dio la bienvenida y se
expresó de forma muy enérgica sobre el momento histórico que
estaban viviendo, señalando que en los Derechos Humanos se
encontraban amparadas las exigencias sociales que compartían y por
las que luchaban. Le dio el pase a Valesca que comenzaría por
explicar brevemente la historia y más profundamente, la importancia
del respeto de los derechos, cuando un contingente de Carabineros
ingresó violentamente a la escuela tomada.
Los
niños no podían respirar ni abrir los ojos por la toxicidad de las
bombas de gas lacrimógeno que lanzaron dentro del establecimento,
los jóvenes comenzaron a cerrar puertas y ventanas, pero los
policías rompieron a patadas las entradas de las aulas. Los gritos y
llantos de los más pequeños se perdían entre los ruidos de mesas
partidas a palos policiales. La fuerza bruta que rompió vidrios y
arrasó los muros de sillas, destrozó también las ropas y
pertenecias de los niños que arrastraron por los suelos hasta lograr
someter sus cuerpos con patadas certeras en la espalda, en las
piernas o en la cabeza.
Carabineros
de
Chile
desalojó
la
escuela
y
detuvieron
a
gran
cantidad
de
menores
de
edad
llevándolos
a
la comisaría,
donde los revisaron bruscamente, los toquetearon y los obligaron a
desnudarse. Después los encerraron en un calabozo húmedo y sucio,
donde pasaron horas sin saber qué ocurriría con ellos.
Al
llegar la tarde fueron recogidos por sus familiares, mientras
abogados de la Defensoría Popular y observadores de DDHH tomaban los
datos para realizar las denuncias correspondientes, pues ya sabían
de los abusos que constantemente allí se cometían.
Valesca
fue llevada a casa por su padre, quien no podía creer lo que le
habían hecho a su pequeña, mientras se lamentaba, como en general
él solía hacer.
Ella,
encerrada en un mutismo espectral, mientras su pálido cuerpo
recorría la ciudad en brazos del progenitor, pareció fijar por unos
instantes la mirada perdida, al pasar cerca de la escuela, en un
vistoso cartel sobre Derechos Humanos que yacía en el suelo
pisoteado y manchado con sangre.