domingo, agosto 24

Muros de sillas

cuento
por Victoria Lozano

En la calle, un colorido afiche sobre derechos de los niños llamó la atención de Valesca, quien muy intrigada le preguntó a su hermana de qué se trataban, pero la respuesta “ son derechos humanos” no le decía mucho, así que se decidió a investigar. De todos modos la escuela se encontraba en toma, así que tenía tiempo para autoeducarse, pensó.

Los compañeros de los cursos superiores avisaron a los apoderados la decisión de tomarse el establecimiento, para que no los enviaran en el horario habitual y dando a conocer diversas actividades en que los más pequeños estaban invitados a participar, siempre pudiendo ser acompañados por sus familias. Pero en casa de la Vale, ningún familiar tenía tiempo o ganas.

Por la mañana llegó de las primeras a la escuela, que estaba toda adornada de lienzos y resguardada por muros de sillas que asomaban sus patas formando una extraordinaria y simbólica protección.

A esa hora ya se veía bastante movimiento, aunque ella era la única de diez años, el resto era más grande, lo que le parecía fantástico para aprovechar de preguntar todo sobre ese llamativo tema que la inquietaba desde ayer. Recordó el lindo afiche de la Unicef y se acercó a unos jóvenes que estaban conversando de historia.

Los jovencitos pronto entendieron la seriedad de su pregunta, así que uno de ellos se comprometió a realizar una charla abierta sobre el tema la próxima semana. Lo que a Valesca le pareció bien, pero como no le gustaba esperar, averiguó donde quedaba la institución que había publicado el letrero y se dirigió hacia allá. Le tocó alejarse de su casa y de su escuela, la sede quedaba en una de las zonas más adineradas de la capital, ella nunca había ido ahí, pero sabía que por esos lados, en un call center, trabajaba su hermana mayor.

El viaje en micro fue insoportable, las personas iban con caras de cansancio y recién eran las nueve de la mañana. El bus iba repleto, ella sabía por las quejas de sus padres que el transporte de Santiago era caro y muy incómodo, pero nunca había experimentado tal sensación de ahogo, quizá por lo largo del viaje cuyas bruscas paradas la estrellaron grave y continuamente contra cualquier cosa o persona.

Se bajó en la espléndida comuna y al llegar a la sede, grande fue su sorpresa, al ver que también la Unicef se encontraba tomada. Se acercó despacio hasta una reja en la que un hombre alzaba un bello canto de esperanza. Manuel la recibió con una sonrisa mientras ella se sentó a escucharle, emocionada sintió que se le partía la piel, mientras desde dentro de la casa una niña de dos años la saludaba con sus ojos brillantes.

Meulen Huencho, vocera de la Alianza Territorial Mapuche, se encontraba junto a su pequeña hija hace más de treinta días ocupando el lugar, exigiendo que el Estado de Chile terminara con la feroz violencia en los territorios ancestrales de su pueblo. Ese mismo día la mujer había comenzado un extremo llamado de atención a la indiferencia de las autoridades, su huelga de hambre.

Valesca tuvo la oportunidad de conversar con Meulen y con otras personas que solidarizaban desde las afueras. Hizo muchas preguntas, se sirvió una leche calientita que le convidaron y estuvo ahí hasta la hora de regresar a casa. Ya sabía algo de Derechos Humanos, pero lo mejor era que una de las personas que apoyaba la protesta le había regalado un libro sobre el tema, que contenía mucha información.

Al llegar a casa, abrazó a su madre que hace días estaba aquejada de extraños dolores. Llegaron a urgencias del hospital cerca de las siete de la tarde, llovía intensamente, como suele ocurrir en agosto y la sala de espera estaba tan llena como la micro. Había niños recostados en el suelo, madres discutiendo con las enfermeras, ancianos a los que apenas les salía una mirada de dolor, indigentes resguardándose del frío, llantos y rabia por la indignidad con que se les atendía o mejor dicho, se les dejaba de atender. Seis horas más tarde un doctor revisó a su madre y Valesca pudo respirar más aliviada. Ya de madrugada y en casa, a pesar del cansancio y la tristeza, Valesca comenzó a leer.

Los días que le siguieron se dedicó a tomar apuntes, a buscar datos en la computadora y a hacer preguntas, descubriendo que en su país existía un instituto y también un museo de Derechos Humanos, que ese mismo día visitó.

Valesca sintió que una niña había entrado y otra era la que salió del museo.

Muchos fragmentos de un rompecabezas comenzaron a dar forma en su comprensión de lo que hasta ahora conocía como realidad. Nada cotidiano le pareció entonces casual y pronto fue capaz de verse en un contexto, se había visualizado a ella, a los niños, a los estudiantes, a los mapuche, a los trabajadores, a los ancianos, a las mujeres, a la sociedad.

¡Guau!

Y de inmediato captó que ahora sí que le faltaban muchas cosas por saber, mientras las preguntas le florecían como mundos en el jardín del universo.

Temprano se fue a la escuela, esta vez había más estudiantes reunidos, así que preguntó sobre la charla y señaló que le gustaría también expresar algunas ideas y se fue con dos compañeras a buscar cartones y pinturas para hacer invitaciones vistosas para el conversatorio.

Supo de otros libros, de otros sitios de información y revisó cuidadosamente la Constitución Política del Estado de Chile creada y vigente desde 1980, año de plena dictadura. Un ¿por qué? se le aparecía constante. ¿Por qué si mi país es un vasto y rico territorio, las personas tienen que aceptar vivir miserables?

El rumor de que la escuela sería desalojada era cada vez más fuerte y aunque ella nunca había estado en una situación siquiera similar, estaba convencida que debía quedarse, que los estudiantes en Chile estaban haciendo lo que los adultos de los últimos veinte años no hicieron, luchar por terminar con la herencia maldita de la dictadura.

Muchas sensaciones la recorrían, sentía de todo, menos miedo.

Pasó la semana y la situación en la escuela estaba tranquila, llegó el momento que tanto esperaba y para el que había invitado a sus compañeros de curso, de los que llegaron varios. Era el día del conversatorio sobre Derechos Humanos, cien niños asistieron, éxito total. La Presidenta del Centro de Alumnos dio la bienvenida y se expresó de forma muy enérgica sobre el momento histórico que estaban viviendo, señalando que en los Derechos Humanos se encontraban amparadas las exigencias sociales que compartían y por las que luchaban. Le dio el pase a Valesca que comenzaría por explicar brevemente la historia y más profundamente, la importancia del respeto de los derechos, cuando un contingente de Carabineros ingresó violentamente a la escuela tomada.

Los niños no podían respirar ni abrir los ojos por la toxicidad de las bombas de gas lacrimógeno que lanzaron dentro del establecimento, los jóvenes comenzaron a cerrar puertas y ventanas, pero los policías rompieron a patadas las entradas de las aulas. Los gritos y llantos de los más pequeños se perdían entre los ruidos de mesas partidas a palos policiales. La fuerza bruta que rompió vidrios y arrasó los muros de sillas, destrozó también las ropas y pertenecias de los niños que arrastraron por los suelos hasta lograr someter sus cuerpos con patadas certeras en la espalda, en las piernas o en la cabeza.

Carabineros de Chile desalojó la escuela y detuvieron a gran cantidad de menores de edad llevándolos a la comisaría, donde los revisaron bruscamente, los toquetearon y los obligaron a desnudarse. Después los encerraron en un calabozo húmedo y sucio, donde pasaron horas sin saber qué ocurriría con ellos.

Al llegar la tarde fueron recogidos por sus familiares, mientras abogados de la Defensoría Popular y observadores de DDHH tomaban los datos para realizar las denuncias correspondientes, pues ya sabían de los abusos que constantemente allí se cometían.

Valesca fue llevada a casa por su padre, quien no podía creer lo que le habían hecho a su pequeña, mientras se lamentaba, como en general él solía hacer.

Ella, encerrada en un mutismo espectral, mientras su pálido cuerpo recorría la ciudad en brazos del progenitor, pareció fijar por unos instantes la mirada perdida, al pasar cerca de la escuela, en un vistoso cartel sobre Derechos Humanos que yacía en el suelo pisoteado y manchado con sangre.