Ad
portas de un siglo de vida
No
siempre existe la oportunidad de celebrar el centenario de un magno
rupturista en el arte, creador de una nueva escritura para la poesía,
donde introdujo un lenguaje directo, lleno de sarcasmos y risas,
mucho más cercano al cotidiano. Esta condición sin duda, lo hace
acreedor de ser uno de los más innovadores juglares del siglo XX que
aún está activo y lúcido.
Es
que Nicanor Parra Sandoval (nacido en el sur de Chile el cinco de
septiembre de 1914) a pesar de ser un excelente profesor de física y
matemática, desde joven se dejó envolver por la experimentación
artística. Conoció en su mocedad a su connacional Vicente Huidobro,
figura inquieta de las letras hispanoamericanas, que vivió en París
en los momentos cruciales de la poesía de vanguardia, a la que
contribuyó con su original Creacionismo de tanta
trascendencia en la literatura española de entreguerras. Vicente
implantó la influencia de Apollinaire y sus “caligramas” y de
los poetas franceses preocupados por la descripción metafórica e
instuitiva del mundo: el dadaísmo de Tristan Tzara o Pierre Revérdy.
La finalidad de Huidobro fue convertir al poema en un objeto
autónomo: “inventa mundos nuevos” aconsejó.
Impactado
por esta propuesta estética, Nicanor Parra se declaró en la década
del ´30 su discipulo más entusiasta. Sus primeras incursiones las
efectuó en el campo de las artes, a comienzo de los cincuenta,
siendo la más audaz, la intervención poética realizada en conjunto
con Alejandro Jodorsky y Enrique Lihn. Siguiendo el espíritu
dadaísta ocuparon muros en varios lugares de Chile con textos
elaborados a partir de recortes de diarios superpuestos a modo de
collage, sobre un gigantesco papel al que llamaron Quebrantahuesos.
Con esto buscaron plasmar una corriente de tipo visual que consistía
en la alteración organizada de distintos materiales impresos,
cambiando de forma radical el sentido de ciertas oraciones.
En
1954 Nicanor -hermano mayor de la folklorista Violeta Parra- estrenó
una nueva forma de apreciar el númen. Postulando que hasta entonces,
la poesía tradicional en hispanoamerica era en decasílabas, es
decir, usaba versos de once sílabas. Para el chileno esta era una
lírica que tiene tono pomposo y unos elementos poéticos sin
sentido, falsos y rígidos para el hombre común. Proponiendo
entonces, la antipoesía (anti significa “en contra de”) pero no
en contrariedad a la poesía, sino contrapuesta a la ortodoxia.
“Poesías escritas como quien habla, sin metáforas, ninfas ni
tritones, donde el lenguaje y sintaxis no se ajustan al modelo
literario de la poesía clásica”- escribió en el texto Poemas
y Antipoemas publicación fundacional de
esta corriente literaria, llamada filosofía Parriana. En poco tiempo
su lira se hizo transgresora y novedosa, pues pasó a ser una
radiografía del hombre actual, cargado de sarcastismo.
En
pleno mandato de Salvador Allende, cuando la mayoría de la
intelectualidad y artistas cooperaban vivamente con el gobierno, la
disonancia la generaba Nicanor Parra. Infundido de un anarquismo
individual, sacó a circulación en 1972 el libro “Artefactos”
obra visual hecha de una pequeña caja de cartón que contenía más
de doscientas tarjetas postales, producidas con diseños y figuras en
donde se podían leer diferentes frases yuxtapuestas que mezclaban
crítica y humor, tanto hacia los gobernantes como a los opositores
de la coalición de partidos de izquierda, Unidad Popular.
También
por ese período montó una exposición de rasgos dadaístas, que
tituló Trabajos Prácticos, donde presentaba
botellas de Coca Cola, restos de vidrios, papel higiénico, fotos de
personalidades, libros de Marx y Engels, Mao, Hitler, entre otros,
que iban acompañados de pequeños textos mordaces para la sociedad
chilena, violentamente dividida. Es precisamente con uno de sus
poemas, recogido de Artefactos, donde expuso su postura filosófica:
Hasta
cuando
siguen
fregando
la
cachimba.
Yo no
soy derechista ni izquierdista
yo
simplemente rompo con todo.
Inmediatamente
producido el cruento Golpe de Estado, en 1973, Nicanor dió su
beneplácito a tal acción, rehusando igualmente a proporcionar
cualquier auxilio o repudio a las crueles violaciones a los Derechos
Humanos, las que incluyeron también a sus familiares, entre ellos
los hijos de Violeta Parra. Sin embargo, defraudado por el rumbo de
extrema represión que tomaba la dictadura, Parra desde la
Universidad de Chile – donde impartía clases- concibió en
compañía de artistas literatos la revista Manuscritos, de
alto contenido humorístico en contra de la situación imperante en
Chile, que además reeditaba el Quebrantahuesos,
como elocución de visibilidad que causó tal enfado en la cúpula
castrense universitaria, que la publicación fue confiscada y él
expulsado sin apelación de la casa de estudios.
Al
año siguiente -1977- escoltado por veteranos actores, escribió y
llevo a cabo una obra de dramaturgia de tipo circense donde cuatro
payasos (en alusión al cuarteto que integraba la Junta de Gobierno)
se dedicaban a perturbar con golpes a los asistentes al espectáculo.
Dos semanas después la carpa donde se exhibía “Hojas de Parra”
fue incendiada durante el toque de queda por agentes de la temida
Dirección de Inteligencia Nacional (DINA).
Sumido
en esa realidad, descartó abandonar el país, resolviendo eso sí,
retirarse de los círculos públicos y culturales, manteniendo
silencio en cualquier opinión, aunque fuera literaria. En compañía
de sus hijos, nietos y sus mujeres, Nicanor Parra se recluyó algún
tiempo en la Cordillera de Los Andes y luego en la playa de Las
Cruces, contigua a Isla Negra, residencia de Neruda. Esta ausencia no
le impidió producir ocho libros en esta etapa.
Tras
el ostracismo de más una década, reapareció en las postrimerías
del régimen de Pinochet, realizando una acción de arte desde la
cima del Cerro Santa Lucía - lugar donde se inició la fundación de
Santiago de Chile- donde homenajeó a los familiares de los detenidos
desaparecidos y ejecutados. Retomando activamente los espacios
sociales que había abandonado.
Sorpresivamente
esta figura marginal y provocadora, recibió en los inicios de los
años noventa, el premio mexicano Juan Rulfo, que lo catapultó al
ámbito internacional. A su vez, su consagración como figura de
culto corrió a cuenta de la nueva camada de muchachos literatos,
encabezado por Roberto Bolaño, quienes alzaron al poeta como su
mentor. Gracias a estos lectores jóvenes, la huella del adelantado
antipoeta fue reivindicada ante sus antiguos detractores, que hoy
celebran alborozados su natalicio.
Oscar
Ortiz, historiador chileno.