martes, agosto 5

Nicanor Parra, el antipoeta chileno

Ad portas de un siglo de vida

No siempre existe la oportunidad de celebrar el centenario de un magno rupturista en el arte, creador de una nueva escritura para la poesía, donde introdujo un lenguaje directo, lleno de sarcasmos y risas, mucho más cercano al cotidiano. Esta condición sin duda, lo hace acreedor de ser uno de los más innovadores juglares del siglo XX que aún está activo y lúcido.

Es que Nicanor Parra Sandoval (nacido en el sur de Chile el cinco de septiembre de 1914) a pesar de ser un excelente profesor de física y matemática, desde joven se dejó envolver por la experimentación artística. Conoció en su mocedad a su connacional Vicente Huidobro, figura inquieta de las letras hispanoamericanas, que vivió en París en los momentos cruciales de la poesía de vanguardia, a la que contribuyó con su original Creacionismo de tanta trascendencia en la literatura española de entreguerras. Vicente implantó la influencia de Apollinaire y sus “caligramas” y de los poetas franceses preocupados por la descripción metafórica e instuitiva del mundo: el dadaísmo de Tristan Tzara o Pierre Revérdy. La finalidad de Huidobro fue convertir al poema en un objeto autónomo: “inventa mundos nuevos” aconsejó.

Impactado por esta propuesta estética, Nicanor Parra se declaró en la década del ´30 su discipulo más entusiasta. Sus primeras incursiones las efectuó en el campo de las artes, a comienzo de los cincuenta, siendo la más audaz, la intervención poética realizada en conjunto con Alejandro Jodorsky y Enrique Lihn. Siguiendo el espíritu dadaísta ocuparon muros en varios lugares de Chile con textos elaborados a partir de recortes de diarios superpuestos a modo de collage, sobre un gigantesco papel al que llamaron Quebrantahuesos. Con esto buscaron plasmar una corriente de tipo visual que consistía en la alteración organizada de distintos materiales impresos, cambiando de forma radical el sentido de ciertas oraciones.

En 1954 Nicanor -hermano mayor de la folklorista Violeta Parra- estrenó una nueva forma de apreciar el númen. Postulando que hasta entonces, la poesía tradicional en hispanoamerica era en decasílabas, es decir, usaba versos de once sílabas. Para el chileno esta era una lírica que tiene tono pomposo y unos elementos poéticos sin sentido, falsos y rígidos para el hombre común. Proponiendo entonces, la antipoesía (anti significa “en contra de”) pero no en contrariedad a la poesía, sino contrapuesta a la ortodoxia. “Poesías escritas como quien habla, sin metáforas, ninfas ni tritones, donde el lenguaje y sintaxis no se ajustan al modelo literario de la poesía clásica”- escribió en el texto Poemas y Antipoemas publicación fundacional de esta corriente literaria, llamada filosofía Parriana. En poco tiempo su lira se hizo transgresora y novedosa, pues pasó a ser una radiografía del hombre actual, cargado de sarcastismo.

En pleno mandato de Salvador Allende, cuando la mayoría de la intelectualidad y artistas cooperaban vivamente con el gobierno, la disonancia la generaba Nicanor Parra. Infundido de un anarquismo individual, sacó a circulación en 1972 el libro “Artefactos” obra visual hecha de una pequeña caja de cartón que contenía más de doscientas tarjetas postales, producidas con diseños y figuras en donde se podían leer diferentes frases yuxtapuestas que mezclaban crítica y humor, tanto hacia los gobernantes como a los opositores de la coalición de partidos de izquierda, Unidad Popular.

También por ese período montó una exposición de rasgos dadaístas, que tituló Trabajos Prácticos, donde presentaba botellas de Coca Cola, restos de vidrios, papel higiénico, fotos de personalidades, libros de Marx y Engels, Mao, Hitler, entre otros, que iban acompañados de pequeños textos mordaces para la sociedad chilena, violentamente dividida. Es precisamente con uno de sus poemas, recogido de Artefactos, donde expuso su postura filosófica:

Hasta cuando
siguen fregando
la cachimba.

Yo no soy derechista ni izquierdista
yo simplemente rompo con todo.

Inmediatamente producido el cruento Golpe de Estado, en 1973, Nicanor dió su beneplácito a tal acción, rehusando igualmente a proporcionar cualquier auxilio o repudio a las crueles violaciones a los Derechos Humanos, las que incluyeron también a sus familiares, entre ellos los hijos de Violeta Parra. Sin embargo, defraudado por el rumbo de extrema represión que tomaba la dictadura, Parra desde la Universidad de Chile – donde impartía clases- concibió en compañía de artistas literatos la revista Manuscritos, de alto contenido humorístico en contra de la situación imperante en Chile, que además reeditaba el Quebrantahuesos, como elocución de visibilidad que causó tal enfado en la cúpula castrense universitaria, que la publicación fue confiscada y él expulsado sin apelación de la casa de estudios.

Al año siguiente -1977- escoltado por veteranos actores, escribió y llevo a cabo una obra de dramaturgia de tipo circense donde cuatro payasos (en alusión al cuarteto que integraba la Junta de Gobierno) se dedicaban a perturbar con golpes a los asistentes al espectáculo. Dos semanas después la carpa donde se exhibía “Hojas de Parra” fue incendiada durante el toque de queda por agentes de la temida Dirección de Inteligencia Nacional (DINA).

Sumido en esa realidad, descartó abandonar el país, resolviendo eso sí, retirarse de los círculos públicos y culturales, manteniendo silencio en cualquier opinión, aunque fuera literaria. En compañía de sus hijos, nietos y sus mujeres, Nicanor Parra se recluyó algún tiempo en la Cordillera de Los Andes y luego en la playa de Las Cruces, contigua a Isla Negra, residencia de Neruda. Esta ausencia no le impidió producir ocho libros en esta etapa.

Tras el ostracismo de más una década, reapareció en las postrimerías del régimen de Pinochet, realizando una acción de arte desde la cima del Cerro Santa Lucía - lugar donde se inició la fundación de Santiago de Chile- donde homenajeó a los familiares de los detenidos desaparecidos y ejecutados. Retomando activamente los espacios sociales que había abandonado.

Sorpresivamente esta figura marginal y provocadora, recibió en los inicios de los años noventa, el premio mexicano Juan Rulfo, que lo catapultó al ámbito internacional. A su vez, su consagración como figura de culto corrió a cuenta de la nueva camada de muchachos literatos, encabezado por Roberto Bolaño, quienes alzaron al poeta como su mentor. Gracias a estos lectores jóvenes, la huella del adelantado antipoeta fue reivindicada ante sus antiguos detractores, que hoy celebran alborozados su natalicio.

Oscar Ortiz, historiador chileno.