jueves, agosto 21


 Los dioses no filosofaban, los chilenos tampoco


Por Victoria Lozano

Hace días una reflexión me da vueltas en la cabeza, a propósito de observar casi desde que nací la agresividad que existe en el terreno político y las pasiones que ésta despierta en las gentes, en general desembocando en cualquier cosa menos en acuerdos que beneficien a las mayorías o minorías excluidas. Veo que se avanza poco en el terreno de la justicia social y creo que es gran parte porque falta unidad.

De todos lados el acaloramiento le gana al sentido común. Los egos y las vanidades hacen que los diálogos no existan y en cambio abunden las disputas, en las que comúnmente se termina invocando a las madres del contrincante, pues la confrontación de ideas parece más que intentos por encontrar soluciones, unos baratos desfiles de fanáticos que buscan ganar la competencia de quien posee La Verdad en el mejor de los casos, en los peores solo están motivados por intereses posicionales y/o económicos.

Chile es un país borderline, en el sentido de la dicotomía con que se interpreta/siente la realidad. Quizás la polarización sea la herencia de la derecha-izquierda protagonista de los hechos más fuertes en nuestra historia reciente, sumado a la impunidad de las violaciones a los Derechos Humanos, más la ausencia total de autocrítica de ambos bandos, mezclado con el resentimiento que surge como respuesta a la excesiva desigualdad de oportunidades.

La cultura del sí o el no, blanco o negro, ellos en contraposición a nosotros. Caso aparte es ver a gente proponiendo ser parte de una nueva izquierda, pero repitiendo las consignas de antaño. No olfateo un aprendizaje consciente y crítico de nuestra fatídica historia que nos pisa los talones, realmente es que ese ejercicio no se ha hecho, no somos un país donde se promueva la reflexión, aunque es interesante leer a un Ariel Dorfman en Rumbo al sur deseando el norte.

Los chilenos caímos en la trampa de la ideología, estamos atrapados entre los aplausos de los amigoides y los escupos de los enemigos (los que piensan diferente y sobre todo quienes se atreven a expresarlo). Entonces concluí que quizás lo que necesitamos es menos ideología y más filosofía.

Para asegurarme de que algo de sentido tiene lo que pensé -también por el hecho de no pertenecer a un partido político u ostentar doctorados de La Soborne u otra academia de tradición (vanguardias del pensamiento) y además ser mujer (más encima rubia) podría significar que al expresarlo me cayeran encima justo eso que le cae a todo el que propone siquiera cuestionar algo de lo establecido, tanto en La izquierda como en La derecha, que paradójicamente tampoco han logrado unidad en sus sectores- es que partí por lo básico, por consultar algunos diccionarios de sociología, filosofía y uno que otro autor clásico. Esto no es un ensayo de la lucidez ni pretende ser un texto sapiencístico, es sólo una reflexión de cuneta, aclaro.

La ideología es un término creado por Destut De Tracy en 1801, para indicar el análisis de las sensaciones y las ideas, siendo la corriente filosófica que señaló el tránsito del empirismo al espiritualismo tradicionalista que floreció en la primera mitad del siglo 19. Dado que algunos ideólogos le fueron hostiles, Napoleón adoptó el término en sentido despectivo llamando “ideólogos” a los doctrinarios, o sea personas privadas de sentido político y en general sin contacto con la realidad. (Picavet, Les idéologues 1891).

Desde ese momento se inicia la historia del significado moderno del término que se aplica, no a cualquier análisis filosófico, sino a una doctrina más o menos carente de validez objetiva, pero mantenida por los intereses evidentes o escondidos de los que la utilizan.

Marx por su parte, desde la segunda mitad del siglo 19, planteó que la ideología era el conjunto de creencias filosóficas, políticas, morales, religiosas, dependientes de las relaciones de producción y de trabajo.

Otro autor que destaca por el sentido con que nutrió el concepto fue Vilfredo Pareto, que se refirió a la noción de teoría no científica, es decir que ciencia e ideología pertenecen a dos campos separados, la primera al campo de la observación y del razonamiento y la segunda al campo del sentimiento y de la fe. Esta distinción es importante a la hora de distinguir al estudioso de los hechos sociales y al propagandista o al apóstol. Permitiendo establecer un punto, el de la función de la ideología: la de persuadir, esto es, de dirigir la acción. Ideología sería toda creencia adoptada como control de los comportamientos colectivos.

Finalmente y teniendo en cuenta lo anterior encontré un significado que me hizo sentido, propuesto por Abbagnano que señala la ideología como un sistema de creencias o de valores que se utilizan en la lucha política para influir en el comportamiento de las masas, para orientarlas en una dirección de preferencia a alguna otra, para obtener el consenso y en última instancia, para fundamentar la legitimidad del poder.

Frente a la ideología existe todo un movimiento llamado Crítica a la ideología (cuya matriz se encuentra en la escuela de Francfort, desarrollado por Apel y Habermas) que se refiere al programa de un “filosofar crítico” orientado a liberar a la humanidad de toda forma de mistificación ideológica y de dominio económico-político.

Sólo cuando la filosofía descubre las huellas de la violencia, que deforma el diálogo continuamente intentado, lleva adelante el proceso cuyo estancamiento legitimaría en otra forma: el progreso del género humano hacia la emancipación” (Habermas).

Suena bien, aunque la hermenéutica la tacha de un idealismo lingüístico por no tomar en cuenta los Realfaktoren de la historia y de transformar en una realidad ya existente el ideal de igualdad y paritariedad de los participantes en el diálogo social.

Por otro lado, la Filosofía

Definida en el Eutidemo platónico como el uso del saber para ventaja del hombre.

Aristóteles agrega en Metafísica, que el hombre es animal racional y como tal tiende por naturaleza al saber. Desde este punto de vista el saber no es algo reservado o patrimonio de algunos, sino que cada uno puede contribuir a su adquisición y a su incremento. Y por lo tanto tiene derecho a juzgarlo, aprobarlo o rechazarlo.

En eso estaba cuando recordé el interesante ejercicio democrático que continuamente llevan en países como Uruguay o Suiza al realizar consultas públicas y vinculantes, Plebiscitos en la ciudadanía sobre temas que les afectan (democracia directa).

Vivimos en un país donde no se nos consulta nada, haciéndonos creer que la democracia existe por el sólo hecho de elegir a otros para que decidan además gozando de espectacular sueldo y privilegios (democracia delegatoria). Lo insólito, digo, es que lo aceptemos y más aún hayan quienes defienden este modo. ¿Al menos podríamos preguntárnoslo seriamente o no? Termino este párrafo con una cita de Wittgenstein en Tratado lógico-filosófico, “La filosofía no es una doctrina sino que una actividad. Una obra filosófica consiste esencialmente en dilucidaciones. Fruto de la filosofía no son las proposiciones filosóficas sino la aclaración de las proposiciones. La filosofía debe aclarar y delimitar con precisión las ideas que de otro modo serían, por así decirlo, turbias y confusas”. 
 
Platón, en La República, señala que la filosofía como busca es contrapuesta a la ignorancia y por otro a la sabiduría. La ignorancia es la ilusión de la sabiduría y destruye el incentivo de la busca. La sabiduría por otro lado, que es la posesión de la ciencia, hace inútil la investigación: los dioses no filosofaban...

“Cada uno de vosotros debe a su vez descender a la morada común y habituarse a contemplar los objetos en las tinieblas, porque habituándose a estas verá mejor que los que han quedado siempre lejos y reconocerá los caracteres y el objeto de cada imagen, porque ha visto los verdaderos ejemplares de la belleza, de la justicia y del bien. Así nosotros y vosotros constituiremos y gobernaremos despiertos la ciudad y no ya soñando, como sucede ahora en la mayor parte de las ciudades por culpa de los que se combaten a causa de sombras y detentan el poder como si fuese un bien”.

Esta concepción activa de la filosofía fue inoperanate por largo tiempo, apenas retomada en el Renacimiento, por los humanistas. (Abaggnano, Diccionario de Filosofía, edición 2004)


Y pensar que casi la mataron

En los decenios de 1960-70 la idea de que la filosofía pudiera ser sustituida por la ciencias humanas, vinculándose con cierto cientificismo y cierto praxismo de derivación marxista, contribuyeron a difundir la idea de una inminente muerte de la filosofía, siguiendo el ritmo de la cultura de Los fines: fin de la historia, fin de las religiones, de la lucha de clases, de la tierra, etc. Destacan tres autores que convencidos de estar viviendo un momento de cambio  teorizaron sobre El fin de la filosofía y el advenimiento de las posfilosofía, Heidegger, Derrida y Rorty.

Retomando la idea inicial y para no caer en lo anterior tampoco podemos decretarle el fin a la ideología, entonces ¿podremos al menos observar cual es su trampa?

Pudiera ser el dogmatismo, que en léxico filosófico actual se refiere a propósito de quienes tienden a dar por intocables sus propias teorías, sin estar dispuestos a discutirlas críticamente (ni menos a revisarlas o refutarlas, anteriormente los revisionistas fueron tildados de herejes y fueron quemados. En tiempos más modernos los fusilaron, encarcelaron o los enviaron al exilio). “ Dogmatismo se refiere a toda concepción que pretende eludir una crítica justificada de sus afirmaciones y supuestos. Como actitud personal tiende a decir en todo la palabra definitiva y a no tolerar contradicción alguna”( Brugger, Diccionario de Filosofía, edición 2000).

El problema de este dogmatismo es que se arraigó en las ideologías contemporáneas, tanto el capitalismo, nazismo, comunismo y fascismo son esencialmente totalitarios y han dejado a su paso muerte, dado que para concretar la utopía hay que eliminar a los sectores que planteen otras formas.

Georges Balandier, en El desorden, la teoría del caos y las ciencias sociales (1999) indica que el totalitarismo es “lo nuevo por excelencia de nuestro siglo”(según la fórmula de Marcel Gauchet): lo es en cuanto sistema de dominación y de control total que dispone de las armas, las técnicas, los medios de comunicación y la puesta en escena de la modernidad.

Balandier señala también que con la utopía lo imaginario también puede someterse a la lógica totalitaria cuando la construcción utópica es la de las ciudades ideales, acabadas porque son perfectas, subordinando todo a un orden que rige las posiciones, las funciones, los empleos, el cuerpo de las existencias, y las relaciones sociales que se han vuelto inmóviles. El orden realizado en la perfección es necesariamente establecido de una vez por todas, negador del tiempo de los hombres como del movimiento de la vida que son portadores de transformaciones. Un orden erigido en bien absoluto, purgado de todo desorden, impuesto a los beneficiarios si es preciso contra su voluntad, incuestionable y excluyente de lo que le resulte extraño.

Frente a esto el autor propone algo que copio textual porque no tiene sentido desarmarlo para volverlo a armar con otras palabras: 

    El modelo inspirado por la autonomía se sitúa aparte, no es asemejable, según sus autores y defensores a un proyecto; apunta a la realización de una posibilidad efectiva del hombre que ninguna corriente política ha puesto al día hasta ahora, está ambiciosamente ligado con un nuevo comienzo de la filosofía y merecidamente al rechazo de la esterilidad ecléctica.

 Este modelo también apela al creativismo, a la eficacia crítica, a la responsabilidad, al rechazo del dejar pasar. Invita a reencontrar la fuerza de la tradición emancipadora a fin de utilizarla en la construcción de una sociedad autogobernada, donde la autonomía individual y la autonomía colectiva se sostienen y alimentan mutuamente...

En el movimiento es donde los individuos vuelven a ser los artesanos de un orden y un sentido que los sacan de la pasividad, que los hacen renunciar a la aceptación de vivir del sistema.

En estos términos también se plantea la cuestión de la democracia: la única que permite devolver el vigor a los debates sobre el presente, asumiendo sus contradicciones, utilizando sus incertidumbres como un remedio antidogmático, convirtiendo el relativismo de los valores en oportunidad dada a una libertad que se define en el movimiento y renace constantemente de su propia crítica.


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