Bienaventurados los que luchan. Los de corazón limpio porque aman
Bienaventurados los que no creen en partidos ni en líderes, porque su dicha está en la pasión del hombre.
Desdichado el que desconoce la desesperación, porque no imagina la noche con los helechos tatuados en el mar.
Dichosos los que saben de silencio, los que traducen la infancia con palabras, los que llevan cartas de amor en la mirada.
Feliz el que interroga los astros y la soledad. Y siente que los pájaros emigran como fantasmas, que el vuelo es un exilio de fanáticas plumas.
Busca en la amistad las regiones errantes del alma y de los muelles.
Vuélvete a ti, a tu infinito, como un contramaestre obstinado de naufragios y tótemes gigantes.
No te sientes a la mesa de los que llevan el corazón organizado, ni brindes en sus banquetes ni te laves las manos en sus casas, porque ellos tienen el aliento del oro, llevan máscaras, y están hechos de soborno.
Cree en lo imposible, en la mujer amada. El tiempo es arena y tu mirada un susurro de canto.
Piensa en los hombres que no tienen mirada ni silencio ni asombro.
La luz invade la íntima belleza, la prodigiosa forma que fatiga el destino.
Feliz aquel que llora por los huérfanos de nuestros asesinados, por los desaparecidos en las cámaras de tortura.
Dichoso el inocente que bendice la noche en su vigilia. Que la verdad se escriba en los muros, aunque nadie la lea.
Desde los lagos interiores los espejos de la infancia esperan la oculta y verdadera forma de tu rostro.
No jures por tus antepasados, no jures por tus hijos. La pureza no necesita el énfasis ni el testimonio de tu voz. No creas plenamente en el destino. Las lámparas de viaje sólo alumbran tus pasos o los ignotos huéspedes del cielo. Que el heraldo del porvenir no te haga olvidar el pasado.
Que te basten la naturaleza y la pasión humana porque el déspota nada puede contra el hombre que ama.
Evita toda discusión inútil, rehúsa la obediencia.
Piensa que el misterio de la vida es más perdurable que la sabiduría.
Siente tu fragilidad como un acto de heroísmo.
Que el corazón y la belleza resuelvan tu enigma, que las estrellas atestigüen tu alegría, que el vaho de las islas sea tu biografía.
No creas en el mártir ni en las honras funebres. Cree en la felicidad.
Rompe las ligaduras que te sujetan a lo falso y busca el insomnio fraternal de los que mezclan el ocio con el alba.
Que tu sexo invoque las alcobas, las desnudas leyendas de los lechos, la sed de los que acarician la cópula y el éxtasis.
Que tu corazón sea más importante que tu origen.
Quien no quiere discípulos
ni es profeta
ni apóstol
ni superhombre
ni se apoya en ningún dogma ni tradición,
está libre de culpa.
Carlos Penelas ( Antología ácrata 1998)
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