DESCANSA EN PAZ COMPAÑERA, TE VAS SIENDO UN EJEMPLO.
Saber
es acordarse
(Aristóteles)
Hay
mujeres que luchan un día y son buenas, otras que luchan por años y
son mejores, pero las hay que luchan toda la vida, esas son las
imprescindibles.
Laura
Moya Díaz, ilumina todos los miércoles la entrada de la Casa de
Memoria José Domingo Cañas, espacio que junto a otras personas
lograron levantar tras incansable trabajo, en recuerdo de las
valientes mujeres y hombres que se atrevieron a combatir el terror de
la dictadura.
Psiquiatra
de profesión, Laura siempre tuvo una orientación comunitaria de su
trabajo, llevando hacia las poblaciones con otros médicos, una nueva
forma de abordar las enfermedades.
“Éramos
un equipo que iba a terreno y visitábamos a los pacientes y personas
en general que sufrían de alguna enfermedad mental o trastornos a la
inteligencia”.
El trabajo que se hizo fue de organizar a las personas para que fueran capaces de enfrentar esta realidad con la que conviven, preparando monitores dentro de los mismos vecinos para que coordinaran junto a los consultorios el tratamiento de estos males.
“Fue uno de los proyectos de la Unidad Popular, que consistía en generar autonomía a los pobladores, dar las herramientas y potenciar las capacidades para que enfrentaran sus temas de salud”, explica Laura.
El trabajo que se hizo fue de organizar a las personas para que fueran capaces de enfrentar esta realidad con la que conviven, preparando monitores dentro de los mismos vecinos para que coordinaran junto a los consultorios el tratamiento de estos males.
“Fue uno de los proyectos de la Unidad Popular, que consistía en generar autonomía a los pobladores, dar las herramientas y potenciar las capacidades para que enfrentaran sus temas de salud”, explica Laura.
Este
trabajo alcanzó a desarrollarse en algunos lugares del sector norte
de Santiago, porque luego vino el golpe de Estado.
“Quienes
trabajábamos en la periferia de las ciudades por el fortalecimiento
social, fuimos perseguidos, detenidos, expulsados de las
universidades y en mi caso, me echaron del Servicio Nacional de
Salud, al cual pertenecía”. Mientras
tanto surgían muchas necesidades, las personas estaban nerviosas,
angustiadas, tenían miedo e incertidumbre.
Entonces
Laura se dedicó a trabajar con quienes no podían asistir a los
hospitales, porque eran buscados por los militares, ya no sólo en su
especificidad de psiquiatra, sino que también curando las heridas de
protestantes y combatientes. Ese trabajo duró más de diecisiete
años, primero de forma independiente y más tarde a través de los
organismos de Derechos Humanos que surgieron, como la Vicaría de la
Solidaridad.
“Una
vez terminada la dictadura, el trabajo fue rescatar la memoria, saber
lo que había pasado, porque no había transparencia, investigación
ni justicia durante esos años”.
Miembro
del Depto. de DDHH del Colegio Médico, rescataron la biografía de
los 21 doctores asesinados en ese periodo y por los cuales publicaron
dos libros “Los que fuimos médicos del pueblo” y “Ellos se
quedaron con nosotros”.
El
año 1990 Laura, que participaba también en el grupo de ayuda a
Cuba, dedicándose a reciclar papel para imprimir nuevos libros y
enviarlos, recibió algunos textos muy valiosos con los que fundó la
biblioteca José Martí, que luego siguió creciendo con donaciones.
Esta biblioteca existe hasta el día de hoy, pero muchos de sus
textos ahora son parte de la Casa de Memoria, a la cual Laura se
volcara desde el año 1999.
“Ese
año comenzamos la lucha por recuperar la casa José Domingo Cañas
1367, en Ñuñoa, que fue ocupada por la DINA (dirección de
inteligencia nacional) desde 1974 como centro de detención ilegal y
tortura”.
En
esta casa estuvieron detenidas más de 180 personas, de las cuales 50
fueron hechas desaparecer. Una sola, se sabe que fue asesinada allí,
Lumi Videla Moya, sobrina de Laura.
Lumi
fue detenida junto a su esposo en septiembre del `74. Él se
encuentra desaparecido, y ella fue asesinada en una de las sesiones
de tortura que allí se practicaban, su autopsia señala que murió
asfixiada por una obstrucción de boca y nariz.
“El
caso de mi sobrina fue terrible, bueno, como lo fueron todos…Una
vez que la mataron, tiraron su cuerpo a los jardines de la embajada
de Italia, para implicar a los asilados que se encontraban allí”.
La
justicia y la memoria son valores por los que hasta el día de hoy
trabaja Laura, quien a sus 82 años continúa todos los miércoles
encendiendo las velas en la entrada de la casa, cuyo sitio fue
declarado Monumento Histórico Nacional el año 2002, y de la que
están a cargo familiares y amigos de los detenidos.
“La
velatón tiene el sentido de homenajear a los caídos por luchar por
sus ideales y contra quienes la violencia se ejerció de modo
inhumano”.
Laura, sin importar la lluvia, el frío ni los obstáculos que puedan
presentarse, todos los miércoles, desde hace más de diez años
enciende la luz del recuerdo, de la sabiduría y de la dignidad.
Gracias
a su trabajo hoy es posible contar en Santiago de Chile con una Casa
de Memoria como espacio de reflexión e historia, pero también de
vida y construcción. El lugar está abierto a la comunidad para
aportar en el desarrollo de la conciencia y de los derechos humanos.
Todos los miércoles
entre las 19:00 y 21:00 horas se puede asistir a la velatón y la
casa puede visitarse de lunes a domingo. También cuenta con salas
para desarrollar foros, reuniones o exposiciones, más información
en www.fundacionjosedomingocanas.cl
Victoria Lozano Díaz
OTRO TEXTO
DOMINGO
A LA CHILENA
Hace
más de veinte años que el país retornó a la democracia sin
establecer aun la quimera de alegrías, libertades y justicias
sociales prometida por la coalición de gobiernos de centro derecha
(Concertación) con quienes la dictadura pactó el traspaso de poder.
Por eso no es de extrañar que veinte años después perdieran su
cetro para que la derecha, única otra opción de gobierno, regresara
a la casa presidencial, esta vez por la vía democrática. Lo cierto
es que actualmente, entre unos y otros no hay diferencias en el
proyecto de país que le proponen de manera superficial al pueblo,
por lo que las elecciones, único ejercicio democrático que se les
permite profesar a los nacionales, están cabalmente desacreditadas
por las masas populares y sobre todo por los jóvenes que para esta
altura y justificadamente han desarrollado una fuerte partido-fobia.
En
esta trama, no resultó sorprendente, pero sí aberrante que la
derecha más dura anunciara con bombos y platillos, un homenaje al
dictador (por fin) muerto -pero presente en toda la estructura
institucional- a realizarse el domingo 10 de junio de 2012 en un
teatro de la capital.
El
homenaje
Dudo
que exista un nombre más preciso, para la “Corporación 11 de
Septiembre”, que unifica dos existencias lamentables, Corporación
(bien descrita en el documental canadiense Corporaciones
¿instituciones o psicópatas?) y 11 de septiembre, fecha fatídica
del golpe militar en Chile el año 1973. Esta organización fue la
que públicamente organizó y llevó a cabo el homenaje al dictador,
escondiendo tras la deplorable figura de su presidente Juan González,
(que genera más lástima que rabia, por su vejez indigna y
disparates de “pensamientos” erróneos y faltos de realidad) a
una masa importante de seres vigorosos que agradecen los asesinatos,
las torturas y el robo de su general a la nación que
democráticamente había optado por unirse popularmente y vivir de
forma activa el gobierno de Salvador Allende.
La
contradicción de estos es tan clara, que debieran abiertamente dejar
de esconder su amor por la violencia en sentimientos nacionalistas,
capaces de justificar el asesinato y la desaparición de miles de
chilenos, en nombre de Chile. ¿Qué es lo que aman del país? ¿Las
riquezas robadas de las que pueden gozar? ¿Sus privilegios de clase
al margen de la realidad? ¿Para qué mentir y mentirle a sus hijos,
si bastara con reconocer-se como bestias de gustos refinados, como
excéntricos patógenos que en la misa han encontrado el punto de
fuga a su perversidad quemante?
El
propósito del homenaje, fue estrenar el documental “Pinochet”,
ganador de un premio fantasma otorgado por el festival estadounidense
“Del Gran Cine Hispanoamericano, en Miami”. El video -dirigido
por Antonio Zegers Blachet, quien no asistió ni a la premiación ni
a su estreno y se desligó de su opera prima señalando que era un
trabajo a pedido, una historia más- comienza con una frase
aclaratoria que señala que su trabajo existe gracias a la libertad y
pluralismo intelectual vigentes en Chile. Otra paradoja de la
hipocresía con la que se celebra una libertad de expresión devuelta
tras borrar la verdad por 17 años de dictadura y desbaratar medios y
enteros a balazos en la cabeza.
En
los créditos del flamante equipo audiovisual figuran un tal Iván
Varas como productor general y una Claraluz Caselli, como guionista,
que bien han sabido llevar la clandestinidad que obliga la vergüenza.
Pinochet
Del
dictador no importa cuánto se diga, hay que estar en Chile para
sentir las secuelas de la dictadura financiada por Estados Unidos.
No hay terremoto en ese país (que es de los más sísmicos del
mundo) capaz de generar daños tan profundos y perdurables. Todavía
hoy está vigente la Constitución Política impuesta por el régimen
y lo que de ahí se deriva, sistema de elecciones, educación,
materias primas, salud, pensiones, derechos humanos (y sus
violaciones constantes), todo lo que los administradores de la
democracia posterior y presente se han encargado de pulirle al
autodenominado jaguar de Latinoamérica, más conocido como
laboratorio del neoliberalismo.
La
calle
Ese
fue un domingo lluvioso.
Gris.
Laura
y su fiel compañero Bernardo comenzaron desde temprano a repartir
los afiches que habían logrado sacar en contra del homenaje junto a
las otras Casas de Memoria. Además, ella y él habían hecho algunos
a mano, por si los tres mil impresos se hacían pocos. Así que
repartieron la cara del asesino y algunos datos históricos para
recordarle al país de la mala memoria y la poca vergüenza que ese
homenaje era una aberración, una patada en el rostro a los
sobrevivientes, a los familiares de los detenidos desaparecidos,
torturados y ejecutados, a los inocentes, otro golpe a la humanidad.
Laura
Moya a sus 82 años es de las imprescindibles, interpretando a
Silvio, de las que luchan toda la vida. Psiquiatra de sueños locos,
como libertad, igualdad de oportunidades, justicia y democracias
participativas, trabajó en el gobierno de la Unidad Popular llevando
salud a las zonas periféricas y en la dictadura atendiendo a los
heridos por los militares, mientras cargaba el dolor de haber perdido
a su sobrina de 26 años, en 1974, cuando agentes de la DINA
(Dirección de “Inteligencia” Nacional) secuestraron a Lumi
Videla Moya y su marido Sergio Pérez Molina. Él sigue desaparecido,
tras haber sido llevado al centro de detención y tortura de la calle
José Domingo Cañas, en Santiago de Chile, denominado Cuartel
Ollagüe. A Lumi, que también fue llevada a ese lugar, la mataron
por asfixia, luego de una sesión de tortura. Su cuerpo fue arrojado
un cuatro de noviembre al interior de la Embajada de Italia,
intentando culpar del asesinato a los asilados que se encontraban
allí.
Cuando
terminó la dictadura oficial, Laura regresó al centro de tortura
una y otra vez, junto a otros familiares de las víctimas,
encendiendo velas ininterrumpidamente todos los miércoles por más
de diez años, en memoria de los caídos y sobre todo para frenar el
avance frenético de la comodidad del olvido y la ignorancia.
En
esa época la casa estaba convertida en una juguetería, cuyo dueño
fue capaz de incendiar, con tal de que no la fueran a declarar
Monumento Nacional, lo que tras persistentes reclamos de grupos de
Derechos Humanos, encabezados por el tesón de Laura, ocurrió el año
2002. Desde ese momento comenzó a operar allí la Casa de Memoria
José Domingo Cañas, como un espacio que ha sabido recuperar y
promover la memoria histórica, los derechos humanos y la dignidad.
Bernardo,
además de llevar la bolsa con los panfletos, desplegó junto a Laura
un lienzo que copia la frase de uno de los murales de la Casa, “Aquí
se asesinó la carne pero no la idea”.
Bernardo
de Castro, hijo de detenido desaparecido, se encargó de resguardar a
Laura en la encarnizada aparatosa que Carabineros de Chile desplegó
para proteger al homenaje de los terroristas que defienden los
derechos humanos. Su padre es uno de los 119, nombre con el que se
denominó a los cien hombres y 19 mujeres víctimas de la Operación
Colombo, que los hizo aparecer en prensa extranjera y nacional como
asesinados en otros países por sus propios camaradas. Inolvidable
resultó para él la portada del diario La Segunda del 24 de julio de
1975 que tituló sin pudor que los 119 habían sido “EXTERMINADOS
COMO RATONES”.
Ese
domingo la violencia del Estado demostró una vez más del lado de
quien está, mientras afuera del homenaje, en las calles, el pueblo,
Laura, Bernardo y cientos de personas repudiaron el acto, tragándose
el gas envenenado de las bombas lacrimógenas, recibiendo los
torrentes de aguas toxicas lanzadas por los carros blindados,
enfrentándose con dignidad a la represión histórica que padece
Chile y desafiando el cómodo letargo instaurado en los miles que
optaron por quedarse ese día en casa, disfrutando de otro domingo a
la chilena.
A SU MEMORIA LAURA, GRACIAS POR TODO.
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