por Daniel Mathews Carmelino
Estoy tomando el desayuno y me quedo mirando el pan que tengo en la mano. Me parece encontrar en él toda la política mundial, desde la proletarización de la producción hasta la crisis energética, de las revoluciones árabes hasta los últimos enfrentamientos entre Bolivia y la transnacional Glencore, pasando por el calentamiento global y la soberanía alimentaria.
El pan se ha conocido tradicionalmente como la esencia de la vida. Es una metáfora muy presente en la prédica de Jesús. En gran parte del mundo no puede ser más básico, ya que la barra de pan diaria significa frecuentemente la diferencia entre el sustento y la hambruna.
A pesar de todo, para ver la actual política mundial en una barra de pan, hay que preguntar primero: ¿De qué se hace exactamente ese pan? Agua, sal, y levadura, claro está, pero sobre todo trigo, lo que significa que cuando los precios del trigo aumentan en todo el mundo, lo mismo sucede con el precio de ese pan, y lo mismo pasa con los problemas.
Sin embargo, imaginar que el pan sólo es eso, es no comprender la agricultura global moderna. Otro ingrediente clave en nuestro pan –llamémosle “un factor de producción”– es el petróleo. Sí, petróleo crudo, que aparece en nuestro pan como fertilizante y como combustible de los tractores. Sin petróleo, no se produciría trigo, no se procesaría y no se podría transportar por continentes y océanos.
Por cierto el trabajo es otro ingrediente. Pero no siempre de la forma que nos imaginamos. Después de todo, la mecanización ha desplazado en gran parte a los trabajadores del campo a la fábrica. En lugar de innumerables campesinos plantando y cosechando trigo a mano, los trabajadores industriales producen ahora tractores y trilladoras, producen combustible, pesticidas químicos y fertilizante de nitrógeno, todos provenientes del petróleo y todos cruciales para el cultivo moderno del trigo.
Además, sin capital financiero –dinero– nuestro pan no existiría. Es necesario comprar el petróleo, el fertilizante, esos tractores, etc. Pero el capital financiero puede afectar indirectamente al precio del pan de un modo aún más poderoso. Cuando hay tanto capital líquido que se mueve por el sistema financiero global, los especuladores comienzan a subir las ofertas del precio de diversos recursos, incluidos todos los ingredientes del pan. Este tipo de especulación contribuye naturalmente a aumentar los precios del combustible y de los granos.
Los ingredientes finales vienen de la naturaleza: luz solar, oxígeno, agua y suelo nutritivo, todo en la cantidad correcta y en el momento adecuado. Y hay un insumo más que no se puede ignorar: una contribución de la naturaleza de otro tipo: el cambio climático, que ahora realmente entra en acción y, cada vez más, es un elemento desestabilizador clave en la desastrosa llegada de ese pan al mercado.
En el verano de 2010 Rusia, uno de los principales exportadores de trigo del mundo, sufrió su peor sequía en 100 años. Conocido como la Sequía del Mar Negro, este clima extremo provocó incendios que quemaron amplias áreas de bosques rusos, esterilizaron tierras de labor y dañaron tanto la cosecha de trigo del país que sus dirigentes (instigados por los especuladores occidentales de granos) impusieron una prohibición de exportaciones de trigo de un año. Como Rusia es cada año uno de los cuatro principales exportadores de trigo, esto llevó a que los precios aumentaran vertiginosamente. Al mismo tiempo hubo inundaciones masivas en Australia, otro importante exportador de trigo, mientras las lluvias excesivas en la región central de EE.UU. y Canadá dañaron la producción de maíz. Inundaciones extrañamente masivas en Pakistán, que inundaron cerca de un 20% del país, también atemorizaron a los mercados e incitaron a los especuladores.
No sé cuantos árabes estaban enterados de la sequia del Mar Negro. Pero estoy seguro que todos ellos sabían que el precio del pan había subido. La Primavera Árabe comenzó en Túnez cuando el aumento de los precios de los alimentos, el alto desempleo, y una creciente brecha entre ricos y pobres provocaron mortíferos disturbios y finalmente la huída del autocrático gobernante del país Zine Ben Ali. Su último acto fue prometer una reducción del precio del azúcar, la leche y el pan, pero era demasiado tarde. No todos los países de la zona tenían los mismos problemas, pero el proceso democratizador se extendió y aún siguen las peleas en Siria.
Ante este trasfondo, el presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, se inquietó porque el sistema alimentario global está “a un paso de una crisis hecha y derecha”. Y esto, nos dicen los expertos, sólo es el comienzo. Se pronostica que el precio de nuestra barra de pan aumentará hasta un 90% durante los próximos 20 años. Eso significará aún más agitación, más protestas, más desesperación, crecientes conflictos por el agua, un aumento de la migración, turbulenta violencia étnica y religiosa, bandidismo, guerra civil y (si la historia pasada sirve de ejemplo) posiblemente una ola de nuevas intervenciones por parte de las potencias imperiales y posiblemente regionales.
¿Y cómo reaccionamos ante esta amenazante crisis? ¿Ha habido una nueva y amplia iniciativa internacional concentrada en proveer seguridad alimentaria a los pobres del mundo, es decir, un precio estable y asequible para nuestra barra de pan? Me parece escuchar risas, quizá llantos.
En vez de eso, las corporaciones inmensas como Glencore, la mayor compañía de comercio de recursos básicos, y Cargill, en manos privadas y secretas, el mayor comerciante en recursos agrícolas, se mueven para consolidar aún más su control de los mercados de granos del mundo y para integrar verticalmente sus cadenas de suministro global en una nueva forma de imperialismo alimentario hecho para beneficiarse de la miseria global. Mientras el pan provocó guerra y revolución en Medio Oriente, Glencore hacía beneficios inesperados con el aumento en los precios de los granos. Y mientras más cara se vuelve nuestro pan, más dinero ganarán firmas como Glencore y Cargill. Es la peor forma posible de “adaptación” a la crisis climática.
Glencore es un verdadero gigante corporativo. Tiene 50 oficinas en 40 países en Europa, las Américas, la ex-Unión Soviética, Asia, Australia, África y el Oriente Medio. Según su página web, Glencore emplea sobre 58 mil personas en 33 países. Según el prospecto de la compañía, que tiene mil 637 páginas, Glencore controla sobre la mitad del comercio mundial de zinc y cobre, es una de las principales exportadoras de grano, con alrededor de 9% del mercado mundial, y maneja 3% del consumo petrolero global para clientes que van desde compañías estatales en Brasil y la India hasta multinacionales estadounidenses como ExxonMobil y Chevron”. En sus negocios globales esta corporación tiende a valerse de intermediarios turbios y de reputación dudosa para ganarse la buena fe de gobiernos de países ricos en recursos naturales, como la República Democrática del Congo y Kazajstán. Glencore es dueña de la gigantesca corporación minera Prodeco, acusada de reprimir a sus trabajadores en Colombia con la ayuda de paramilitares.
Siendo ya el intermediario más grande del mundo, ahora quiere control de toda la cadena empresarial, desde minas y fundiciones hasta instalaciones de almacenaje para productos terminados, y desde bombear petróleo hasta transportarlo a refinerías, y, mientras tanto, comerciando y amortiguando sus apuestas a lo largo de todo el proceso, dicen expertos de la industria. La alta gerencia de Glencore actualmente procura una fusión con la minera Xstrata. Ambas corporaciones juntas formarían la cuarta corporación minera del mundo. Pero en Bolivia se han encontrado con una valla. El pasado 22 de junio el Gobierno boliviano les nacionalizó la mina de zinc y estaño de Colquiri. Ahora están pidiendo indemnización del gobierno boliviano.
Del conflicto entre Evo y Glencore depende el sabor del pan que tengo en la mano. Sigo tomando mi desayuno.
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